Tanto el GN como el GLP son combustibles seguros si se usan adecuadamente. El GN se compone principalmente por metano (85%-90%) y otros componentes químicos en menor proporción como etano (5%-l5%), dióxido de carbono (2%), nitrógeno (l%-2%) y propano (0.2%). Es un 35% a 40% más liviano que el aire, lo que le permite disiparse rápidamente en la atmósfera. No es tóxico, por lo que no produce envenenamiento al ser inhalado. Sin embargo, se debe tener cuidado en recintos cerrados ya que una fuga de gas podría dificultar la respiración de quienes allí se encuentren.
Por su parte, el GLP está compuesto por una mezcla en diferentes porcentajes tanto de propano como de butano . Es más pesado que el aire, por lo que en caso de fuga se acumula a nivel del suelo desplazando al oxígeno, disipándose solamente con la circulación de aire. La mayor parte de los problemas relacionados con el GLP se derivan de una mala combustión; por ejemplo, por falta de oxígeno en el ambiente, incorrecta manipulación de los cilindros o mantención deficiente de los artefactos que se utilizan en el hogar.
La normativa de la Superintendencia de Electricidad y Combustibles exige que los hogares cuenten con su Sello Verde, que certifica que las instalaciones de gas son seguras. Esta certificación debe ser renovada cada dos años. En caso de que una edificación sea rotulada con Sello Amarillo o Sello Rojo, implica un plan de reparaciones que garanticen cumplir con las exigencias de seguridad normadas.