Acogiendo el clamor de los vecinos que protestaban por la inseguridad nocturna y siguiendo el ejemplo de Valparaíso, en 1856 la Municipalidad de Santiago invitó a presentar propuestas para dotar a la capital de un sistema de alumbrado “por medio de gas hidrógeno”.
Esta iluminación debía abarcar dos sectores: el primero delimitado por las actuales calles José Victorino Lastarria al oriente, Brasil al poniente, el "Tajamar" (río Mapocho) al norte y la Alameda al sur; el segundo, desde Portugal al oriente hasta Dieciocho al poniente, y entre la Alameda al norte y la actual Diez de Julio por el sur.
La propuesta de Maximiano Errázuriz y su suegro José Tomás Urmeneta, resultó ganadora. En esta, comprometieron iluminar con 600 faroles a gas, dentro del plazo máximo de dos años y medio, 272 manzanas del centro de Santiago, incluyendo la Alameda de las Delicias, la Plaza de Armas y el nuevo teatro que estaba levantando la Municipalidad. A cambio, el contrato otorgaba un privilegio exclusivo para la fabricación y venta de gas para el alumbrado público y particular en Santiago y sus suburbios, por un período de 30 años. Como ayuda a la naciente empresa, se declararon exentos de derechos de internación los útiles y objetos necesarios para fabricar y distribuir gas de alumbrado.
En sus oficinas de la calle Santo Domingo 63, una residencia de tres patios adquirida en 1859, la sociedad Urmeneta, Errázuriz y Cía. instalaría junto con la administración y los talleres de reparación, una tienda donde vendían cañerías, arañas, ganchos, globos, lámparas, quemadores y accesorios para iluminación.
La empresa creada por José Tomás Urmeneta y Maximiano Errázuriz inició a fines de 1856 la construcción de su fábrica de gas en la esquina de Moneda y San Miguel (actual Av. Ricardo Cumming). Se levantaron una casa de retortas y el primer gasómetro y desde allí comenzó a tenderse la red de cañerías subterráneas para Santiago.
Debido a que no existía personal especializado en Chile, al frente de estas obras estuvieron ingenieros, mecánicos y operarios ingleses. Desde Inglaterra se importaron maquinarias, tuberías y gasómetros, que llegaban a Valparaíso y luego eran transportados a lomo de mula hasta Santiago.
En carretas se traía también, desde Valparaíso, el carbón (nacional o importado desde Australia o Inglaterra). En 1863 se inauguró el ferrocarril entre las dos ciudades y entonces se habilitó un “ramal de sangre”, por el que se trasportaban los carros tirados por yuntas de bueyes desde la línea férrea, que partía en la Alameda, hasta la fábrica San Miguel.
La fábrica San Miguel siguió en operación hasta 1927. Para esa fecha se había construido en un terreno cercano la Subestación de Acumulación y Distribución de Erasmo Escala, que contaba con un gasómetro, oficinas, bodegas y taller de reparación de medidores.
El servicio de alumbrado a gas se inicia con la iluminación del Teatro Municipal de Santiago en su noche inaugural, el 17 de septiembre de 1857. La ceremonia, que contó con la asistencia del Presidente de la República, Manuel Montt, se inició con el himno nacional, seguido de una representación de la ópera "Hernaní" de Verdi. En los días siguientes la prensa destacó que una parte fundamental del espectáculo había sido la iluminación con gas hidrógeno, comentando que "opera una verdadera metamorfosis, parece que la noche fuese suplantada por el día, tanta es la claridad y pureza arjentina de su luz, que forma con sus destellos un soberbio manto de plata en que envuelve a los espectadores". (El Ferrocarril, 22 de septiembre de 1857).
Al inicio de la distribución de gas en Santiago no se usaron medidores, por lo que los consumidores sólo podían usar el gas durante un número fijo de horas al día.
Los primeros aparatos utilizados para medir el consumo fueron los “medidores secos”, que contaban con un par de fuelles que se llenaban y vaciaban de gas, impelidos por la presión en las cañerías matrices. El movimiento de estos fuelles se trasmitía a un eje y de este, por medio de ruedas dentadas, a las esferas que anotaban la cantidad de gas que pasaba.
Entre 1882 y 1900 la compañía adoptó los llamados “medidores húmedos” (ver imagen), dotados de un tambor dividido en secciones, que se iban llenando de gas desde las cañerías de la calle y entregando su contenido al interior del domicilio. En teoría más exactos y durables, estos aparatos resultaron más trabajosos, ya que para garantizar su buen funcionamiento había que rellenarlos con agua continuamente. Con posterioridad, aparecieron los medidores automáticos y otros que funcionaban con monedas.
La iluminación a gas modificó las costumbres de los santiaguinos: el alumbrado de las calles permitía transitar sin peligro durante la noche, la jornada de trabajo y los horarios de comercios, industrias y servicios se extendieron más allá de la puesta de sol. Se diversificaron los lugares de diversión y la gente vio ampliarse sus actividades sociales: se inauguraron el Mercado Central y el paseo del Cerro Santa Lucía, ambos iluminados con gas; los clubes y los salones privados se animaron con bailes, lectura y conversación. Así Santiago adquiría de a poco un rostro más moderno, reflejo del progreso material y cultural de sus habitantes.
Sin embargo, al igual que había ocurrido en otros países, la aparición de la electricidad a fines del siglo XIX constituyó una importante amenaza para las empresas chilenas dedicadas al gas de alumbrado.
En 1883 se instaló en la capital el primer foco eléctrico de alumbrado que funcionó en Chile, como parte de un intento por dotar de luz a algunas tiendas de la Plaza de Armas. Así se inició una larga pugna entre el gas y la electricidad por la iluminación de la ciudad.
La competencia entre gas y electricidad se hizo más intensa a partir de 1897, cuando la firma inglesa Parrish Bros. obtuvo de la Municipalidad de Santiago una concesión para instalar alumbrado público y particular, y además levantar líneas para tranvías alimentadas con electricidad.
De esta manera el servicio de tranvías eléctricos de la capital se inauguró en 1900, y desde entonces aumentaron rápidamente la producción y el consumo de electricidad. Gracias a su potencia lumínica y menor costo el alumbrado eléctrico, ofrecido por varias empresas privadas, comenzó a desplazar poco a poco al gas como fuente de iluminación.
En 1898 la "Compañía de Consumidores de Gas de Santiago" comenzó a reemplazar los antiguos quemadores del alumbrado público y particular por los nuevos quemadores de gas incandescente, que mediante el uso de una “camisa” de asbesto permitían aumentar considerablemente la luz emitida y disminuir el gasto de gas.
Estos nuevos quemadores fueron promocionados por la Compañía entre los consumidores, destacando su mayor eficiencia y bajo costo. Numerosos edificios y obras públicas de Santiago fueron dotados de luz incandescente: en 1898 la recién terminada Estación Central adaptó sus quemadores a este nuevo sistema de iluminación, y en 1901 el Parque Forestal también fue iluminado con este tipo de faroles. Un año más tarde, los teatros donde se instalaron los primeros cines de la capital contaron también con lámparas de gas incandescente.
Para las fiestas del Centenario en 1910, el gas y la electricidad rivalizaron en el despliegue de iluminación nocturna con que Santiago se unió a las celebraciones. En las calles y fachadas de los edificios, en las vitrinas de las tiendas, teatros y casas particulares, ambos sistemas de alumbrado hacían gala de sus mejores virtudes.
Durante la década siguiente, la empresa de gas enfrentó serios problemas con el servicio de alumbrado público ya que, debido al aumento del precio del carbón y a la recesión provocada por la I Guerra Mundial, reportaba fuertes pérdidas. Las empresas eléctricas siguieron expandiéndose hasta hacerse cargo de la iluminación de la capital, tanto en el alumbrado público como también en el residencial.
Dado lo anterior, en el año 1927 se apagó el último farol a gas que quedaba en la ciudad de Santiago. Sin embargo, para esa fecha el gas hidrógeno había conquistado otros importantes mercados, siendo el combustible más usado en el ámbito doméstico e industrial.